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Trastorno de ansiedad generalizada.

Trastorno de ansiedad generalizada.

Altea sentía que se ponía nerviosa con demasiada facilidad, que no podía desconectar. Es como si hubiera perdido el control de su mente porque no podía dejar de pensar cosas que le preocupaban mucho e imaginaba que iban a ocurrir. Esto le provocaba una gran tensión física y mental y no sabía cómo deshacerse de estos síntomas. Le preocupaba que le despidieran del trabajo, y lo que más temor le causaba era arruinarse. Aunque esto pueda sonar exagerado, la realidad para ella era que los pensamientos catastróficos eran difíciles de controlar (se le metían en la cabeza aunque no quisiera). Se le ocurrían todo el rato cuestiones como: “¿y si hacen un ERE y me toca irme a la calle?”, “¿y si me quedo sin dinero y no puedo pagar la hipoteca?”. Pensar que podía perder su puesto de trabajo y después todos sus ahorros le provocaba sensaciones de tremenda inseguridad y miedo. Se le ocurrían toda clase de desenlaces negativos de la situación que temía. En el punto final, se imagina a sí misma viviendo debajo de un puente, durmiendo entre cartones. Como consecuencia de su problema padecía algunos síntomas muy incómodos. El que más le molestaba era el temblor. Ciertas acciones como enhebrar una aguja o maquillarse suponían serias dificultades y frustración al ver su pulso inestable como un flan. También sentía dolores de espalda y de cabeza (“cefaleas tensionales”). Mucha gente siente estos dolores en periodos de estrés. Esto es provocado por la tensión muscular mantenida. Con la respuesta adaptativa (de lucha o huida) que se pone en marcha con la ansiedad, se tensan algunos músculos...
Afrontando miedos.

Afrontando miedos.

Un dicho popular que es cierto es que “la mejor forma de acabar con un miedo es hacerle frente”. Seguro que has afrontado y superado alguna vez una situación que temías. Pero ¿sabemos los mecanismos psicológicos que intervienen en este proceso? Cuando enfrentamos algo a lo que temíamos con mucha intensidad, se producen en nosotros una serie de cambios positivos: -A nivel físico o fisiológico, al principio puede haber sensación de vértigo o aprensión, de estar en la cuerda floja, pero poco a poco nos podemos sentir liberados de estas sensaciones negativas y de la tensión muscular que aparecía simplemente con pensar en el acercamiento, y pueden ir surgiendo sensaciones agradables que nos indican que “algo está cambiando”. Se acabó el temblor, el ahogo, el mareo, el sudor, la opresión. Podemos sentirnos fuertes, estables, íntegros y capaces. -A nivel cerebral o neurológico, se establecen nuevas conexiones neuronales que nos permiten ver el objeto o la situación en cuestión desde una perspectiva renovada. Metafóricamente, se quita la etiqueta de “prohibido el paso” que le pusimos previamente, y se sustituye por otra que dice “se puede entrar sin problemas”. El cambio de esta etiqueta simbólica es crucial porque nuestro cerebro es muy obediente con la clasificación que hemos hecho, y si le decimos que algo es peligroso o tabú, nos protegerá del contacto con ello. -Con respecto a nuestros pensamientos o nivel cognitivo, donde antes había sombras, oscuridad y miedo éstas se disipan y aparece la claridad cristalina y la nitidez. Nos damos cuenta en poco tiempo de que nuestra visión estaba empañada por un velo oscuro que no nos permitía...
Miedos sociales: no soy antipático, es que estoy nervioso.

Miedos sociales: no soy antipático, es que estoy nervioso.

Éste era el testimonio de Guzmán: “tengo miedo cuando estoy ante determinados grupos de personas. En el trabajo no me pasa, pero sí en las fiestas y reuniones sociales. Quiero hacer amigos, pero me siento torpe e incapaz de ser yo mismo en situaciones donde el resto de la gente se divierte y lo pasa bien. Esto me agobia mucho, lo paso fatal, y acabo sintiéndome triste.” Mientras algunas personas con fobia social sufren una alta ansiedad en un gran repertorio de situaciones, como en reuniones de trabajo, clases y fiestas, otras la padecen en situaciones concretas y aisladas. Éste era el caso de Guzmán, que quería hacer amigos o ligar en las fiestas pero se bloqueaba. En algunos casos, el miedo lo provoca un tipo de personas a las que hay que enfrentar, es decir, que sólo aparece dependiendo de ante quién tengan que hablar. Por ejemplo, ante figuras de autoridad (un profesor), ante personas por las que sienten un interés particular (un ligue), de un cargo superior o no (jefes), del mismo nivel cultural o no, etc. Puede también depender de qué tenga que hablar la persona (por ejemplo, de temas íntimos, o expresar sentimientos negativos); puede depender del número de oyentes que haya (“con más personas mejor, porque se me ve menos” o “con menos personas mejor, porque me impone menos”). La forma más típica de fobia social es el miedo a hablar en público. En cualquier caso, las personas evitan las situaciones donde exista la posibilidad de pasarlo mal. Guzmán tenía temores a varios niveles: -lo que otros pudieran pensar de él, lo que incluía...
¿Disciplina o pereza? ¿Quién gana?

¿Disciplina o pereza? ¿Quién gana?

Seguramente estaremos todos de acuerdo en que el exceso de disciplina puede provocar malestar, porque supone una presión y nos deja sin margen para la espontaneidad. Pero la espontaneidad para algunas personas puede convertirse en pereza, y ésta también puede generar malestar si nos dejamos vencer por ella. Es complicado a veces llevar adelante nuestras metas diarias sin caer en la excesiva autoexigencia ni dejarse invadir por la dejadez. Hasta las personas con una forma de ser flexible tienen en algunos momentos dificultades para decidir qué opción procede, qué es lo mejor en esa situación determinada. La mayoría queremos, de alguna manera, sentir que tenemos cierto control sobre nuestro comportamiento pero que por otro lado no somos demasiado duros con nosotros mismos. Si somos de los disciplinados, exigentes o muy responsables, hemos de tener en cuenta que no puede estar siempre todo bajo control ni salir perfecto. A parte de nuestros planes y deseos, que podemos estar muy seguros de que los podemos llevar a cabo muy bien, siempre hay un entorno, unas circunstancias concretas con imprevistos, nuevas necesidades o diferentes distracciones que no podemos evitar. Una llamada de teléfono, un dolor de barriga o un cambio de planes de alguien que nos afecte directamente pueden ser interferencias en nuestros planes y tendremos que adaptarnos si queremos seguir siendo eficaces y felices. Si nos dejamos llevar demasiado por la pereza y hacemos sólo lo que nos apetece, es probable que nuestro organismo, nuestro cuerpo y nuestra mente, nos pida cada vez más comodidad, más facilidades y menos esfuerzo. Nos iremos acostumbrando a que eso es lo normal, de forma...
Agorafobia.

Agorafobia.

Etimológicamente significa “miedo a los espacios públicos abiertos” en los que puedan presentarse aglomeraciones. Clínicamente es el miedo a tener un ataque de pánico en un lugar del que no puedas escapar con seguridad, o el miedo a tener problemas de ansiedad y no tener la situación bajo control y que pueda resultar difícil o socialmente embarazoso pedir ayuda o escapar. Tiene un punto de miedo al ridículo, de vergüenza. Víctor padecía agorafobia y solía evitar calles llenas, atascos, playas, medios de transporte, esperas, hacer cola, por la sensación de sentirse atrapado y no poder huir de allí en el momento que lo necesitase. A veces no se trataba de un sitio concreto, sino que lo que le provocaba mucha ansiedad era una peculiar combinación de sensaciones y escenarios. Lo habitual es que haya ataques de pánico previos y luego se vaya desarrollando la agorafobia. Pero también se pueden dar por separado, es decir, sólo pánico o sólo agorafobia. Víctor ya había sufrido en el pasado algunas crisis de pánico y tenía mucho miedo de que se repitiera un episodio tan intenso y desagradable. Mientras algunas personas que sufren agorafobia han tenido muy pocos ataques de pánico y lo que les queda vigente es el miedo de que se repita (aunque no suceda), a Víctor le sucedían de forma repetitiva pudiéndose producir en cualquier momento. Vivía con una hipersensibilidad a sus propias sensaciones corporales y a lo que recibían sus sentidos del entorno. Procuraba no frecuentar cualquier lugar en el que creyera que podía agobiarse, que podía aumentar su ansiedad y que no la iba a poder mantener bajo...
Pánico.

Pánico.

El ataque de pánico o crisis de angustia puede ocurrir cuando la ansiedad alcanza niveles muy altos súbitamente y desborda a la persona. Lo característico aquí es notar sensaciones físicas y psicológicas desagradables que no se reconocen y se identifican como peligrosas. Algunas podrían ser: sensación de ahogo, pinchazos en el pecho, mareo, sofoco, sudor, escalofríos, calambres, temblores, sentir que todo es raro, que no se ven las cosas como normalmente… Teresa me contó lo que sintió durante su ataque de pánico: “Es una experiencia verdaderamente horrible, porque tienes la absoluta convicción de que en ese momento estás sufriendo una terrible desgracia física o mental. De hecho, se pueden llegar a sentir muchos de los síntomas de un infarto.” Aunque realmente se trate de ansiedad y por tanto no haya peligro físico, las sensaciones son tan intensas y peculiares que Teresa le daba la peor de las interpretaciones (“me está dando un ataque al corazón”, “me voy a ahogar”, “me estoy volviendo loca”, “me voy a desmayar de un momento a otro”). Estos pensamientos hacen aumentar la ansiedad y se forma un círculo vicioso que parece no tener fin. La mayoría de las personas que sienten palpitaciones no le dan mayor importancia, pero la persona que sufre un ataque de pánico lo interpreta como algo peligroso y se pondrá en marcha el circuito fisiológico de la ansiedad. Se activa el lugar del sistema nervioso donde se aloja el miedo (la amígdala) y después la parte pensante del cerebro, donde se dará la interpretación fatal (“es un infarto, me voy a morir”). Aunque parezca una interpretación exagerada, lo cierto es...