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Trastorno de ansiedad generalizada.

Trastorno de ansiedad generalizada.

Altea sentía que se ponía nerviosa con demasiada facilidad, que no podía desconectar. Es como si hubiera perdido el control de su mente porque no podía dejar de pensar cosas que le preocupaban mucho e imaginaba que iban a ocurrir. Esto le provocaba una gran tensión física y mental y no sabía cómo deshacerse de estos síntomas. Le preocupaba que le despidieran del trabajo, y lo que más temor le causaba era arruinarse. Aunque esto pueda sonar exagerado, la realidad para ella era que los pensamientos catastróficos eran difíciles de controlar (se le metían en la cabeza aunque no quisiera). Se le ocurrían todo el rato cuestiones como: “¿y si hacen un ERE y me toca irme a la calle?”, “¿y si me quedo sin dinero y no puedo pagar la hipoteca?”. Pensar que podía perder su puesto de trabajo y después todos sus ahorros le provocaba sensaciones de tremenda inseguridad y miedo. Se le ocurrían toda clase de desenlaces negativos de la situación que temía. En el punto final, se imagina a sí misma viviendo debajo de un puente, durmiendo entre cartones. Como consecuencia de su problema padecía algunos síntomas muy incómodos. El que más le molestaba era el temblor. Ciertas acciones como enhebrar una aguja o maquillarse suponían serias dificultades y frustración al ver su pulso inestable como un flan. También sentía dolores de espalda y de cabeza (“cefaleas tensionales”). Mucha gente siente estos dolores en periodos de estrés. Esto es provocado por la tensión muscular mantenida. Con la respuesta adaptativa (de lucha o huida) que se pone en marcha con la ansiedad, se tensan algunos músculos...
Pánico.

Pánico.

El ataque de pánico o crisis de angustia puede ocurrir cuando la ansiedad alcanza niveles muy altos súbitamente y desborda a la persona. Lo característico aquí es notar sensaciones físicas y psicológicas desagradables que no se reconocen y se identifican como peligrosas. Algunas podrían ser: sensación de ahogo, pinchazos en el pecho, mareo, sofoco, sudor, escalofríos, calambres, temblores, sentir que todo es raro, que no se ven las cosas como normalmente… Teresa me contó lo que sintió durante su ataque de pánico: “Es una experiencia verdaderamente horrible, porque tienes la absoluta convicción de que en ese momento estás sufriendo una terrible desgracia física o mental. De hecho, se pueden llegar a sentir muchos de los síntomas de un infarto.” Aunque realmente se trate de ansiedad y por tanto no haya peligro físico, las sensaciones son tan intensas y peculiares que Teresa le daba la peor de las interpretaciones (“me está dando un ataque al corazón”, “me voy a ahogar”, “me estoy volviendo loca”, “me voy a desmayar de un momento a otro”). Estos pensamientos hacen aumentar la ansiedad y se forma un círculo vicioso que parece no tener fin. La mayoría de las personas que sienten palpitaciones no le dan mayor importancia, pero la persona que sufre un ataque de pánico lo interpreta como algo peligroso y se pondrá en marcha el circuito fisiológico de la ansiedad. Se activa el lugar del sistema nervioso donde se aloja el miedo (la amígdala) y después la parte pensante del cerebro, donde se dará la interpretación fatal (“es un infarto, me voy a morir”). Aunque parezca una interpretación exagerada, lo cierto es...
Ansiedad ante los exámenes.

Ansiedad ante los exámenes.

Es temporada de exámenes. Muchos alumnos de todos los niveles tienen que demostrar en una sola prueba que han adquirido unos conocimientos mínimos sobre la materia que han impartido sus profesores durante unos meses. Sienten que se lo juegan todo en un par de folios, y eso suele producir ansiedad. Si la ansiedad que aparece podemos describirla como estar alerta o muy activado, esto está bien y es lo deseable para afrontar la situación con éxito. Pero en el caso de Julia, siente una ansiedad patológica, excesiva, que no le ayuda a manejar la situación, sino al contrario, le boicotea. Recordemos que la ansiedad tiene un origen evolutivo adaptativo, ya que es la respuesta del organismo que le prepara para luchar o huir ante un peligro real. Como aquí realmente no hay peligro, ya no es adaptativa. Julia está pensando en posibles catástrofes antes de que ocurran y comete cuatro errores en su manera de ver la situación: 1) cree que hay más probabilidad de la que realmente hay de que ocurra lo que teme (por ejemplo, minutos antes de un examen Julia piensa “seguro que lo pondrán difícil y suspenderé”); 2) cree que lo que teme es más grave de lo que realmente es (piensa “si suspendo será horrible”, “como me toque repetirlo me muero”, “si suspendo mis padres me matan”); 3) cree que los recursos propios, los que ella tiene, son insuficientes. No confía en tener unos recursos mínimos que todos por el hecho de ser personas tenemos y cree que su control para salvar la situación y salir airosa es mínimo (“me bloquearé, me quedaré en...
La ansiedad nos sirvió para sobrevivir.

La ansiedad nos sirvió para sobrevivir.

La ansiedad es una emoción tan común que todos la sentimos a lo largo de nuestra vida, y por lo tanto cualquier persona puede decir algo sobre ella o identificar sus síntomas. La llamamos de muchas maneras: nervios, estrés, tensión, agobio, angustia, agitación… ¿Quién no ha sentido nervios minutos antes de un examen, al entrar al dentista o a una entrevista de trabajo? ¿A quién no se le acelera el corazón y nota un calor súbito si ve un coche acelerando en su dirección? De hecho, es tan común porque es una respuesta adaptativa de nuestra especie. Esto quiere decir que hemos evolucionado a lo largo de millones de años gracias a ella. Nuestros antepasados podían encontrarse con peligros reales ante los que tenían que desarrollar alguna forma de reaccionar con el fin de conservar la propia vida. Por ejemplo, si se encontraban con un animal salvaje que podía atacarles, tenían que aprender a huir o luchar contra él para salvar el pellejo. Como es una respuesta que nos sirvió para algo vital, se traspasó de generación en generación. Es más, era una ventaja ser nerviosos, porque los que lo fueron sobrevivieron a las amenazas externas gracias a su capacidad de estar alerta y reaccionar con rapidez. Los que se mantenían tranquilos estando en peligro, se arriesgaban a que el animal salvaje acabara con ellos. En la actualidad, esta respuesta sigue siendo adaptativa cuando se pone en marcha ante un peligro real, como cuando nos asustamos y reaccionamos rápido evitando así que un coche nos pille. Pero cuando nos asustamos de la misma manera y no hay un peligro...