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Vivir es tener problemas.

Vivir es tener problemas.

Nos pasamos la vida anhelando la ausencia de problemas. Queremos ver nuestro camino libre de piedras, queremos sentir que podemos manejar los hilos de la vida libres de nudos. Como si fuera posible vivir en la absoluta estabilidad y armonía, oyendo únicamente el canto de los pajaritos o el sonido del mar. Pero no es así. El día a día es una sucesión de problemas, grandes y pequeños. Hay obstáculos que hemos de superar, situaciones que hay que resolver, y decisiones difíciles que debemos tomar. Es fácil que nuestros intereses choquen con los de otros y que se produzca un conflicto en alguna de sus ilimitadas formas. Es inevitable que alguien nos pida un favor en algún momento al que no sepamos qué responder. La vida está repleta de contratiempos, imprevistos que alteran nuestros planes, equivocaciones, fracasos o decepciones. No es posible tenerlo siempre todo solucionado. En un momento puntual se puede ver cumplido este deseo, podemos sentirnos plenos y felices, pero no de forma estable y duradera. Los problemas aparecen en nuestras vidas, aunque en cada momento los podamos ver desde una perspectiva distinta debido a la experiencia o la madurez alcanzadas. Solemos considerar problemas a las situaciones cotidianas y normativas (que le ocurren a la mayoría de la gente) que nos vamos encontrando a lo largo del día a día. No nos referimos a desgracias o tragedias puntuales de impacto incuestionable. Esas piedrecitas que nos encontramos en el camino y que a veces se nos meten en el zapato y dificultan nuestra marcha, van a estar ahí queramos o no, y pretender querer una vida sin ellas...
Resistencia al estrés (Parte I)

Resistencia al estrés (Parte I)

No todas las personas tenemos la misma resistencia frente al estrés, ni la misma capacidad de funcionar bajo presión. No pasa nada porque así sea. Todos tenemos otras cualidades como contrapartida. Seguro que conocéis a alguien que “se ahoga en un vaso de agua”, que es un “Mariangustias” o un manojo de nervios y ve problemas donde no los hay. Y seguro también que conocéis a alguien que es todo lo contrario, que más bien está en medio del océano y dice “no, todo va bien, no me voy a ahogar”. Algunos pensaréis “¿cómo lo hace?”, “¿qué tiene esa persona que no tenga yo?”. Pues probablemente sí tenga algunos rasgos de personalidad que le facilitan mantenerse intacto ante determinadas circunstancias adversas en las que otros flaquearían. Enrique Echeburúa, eminente catedrático de Psicología de la Universidad del País Vasco y muy conocido por su labor en investigación, recopila una lista de elementos que influyen en una mayor resistencia al estrés con el fin de poder llevar a cabo conductas preventivas. Si aprendemos a desarrollar estos hábitos, o a fijarnos y copiar a los que más los practican, podremos desarrollar la fortaleza que nos falta y así estar mejor equipados para dar lo mejor de nosotros mismos en situaciones difíciles. La capacidad de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas se llama “resiliencia”, y aunque a muchos no les agrada esta palabra, ya está incluida en el Diccionario de la Lengua Española. Es decir, que la resiliencia se refiere a la capacidad de afrontar la adversidad saliendo fortalecido y alcanzando un estado de excelencia. Esta cualidad la podemos desarrollar...
Tu psicólogo, un aliado.

Tu psicólogo, un aliado.

Cuando Jonás recibió ayuda psicológica hubo un aspecto del que no se atrevió a hablar directamente, pero no porque hubiera nada que lo impidiera, puesto que es algo muy importante para el buen desarrollo de la terapia, sino porque él se centró únicamente en su motivo inicial de consulta. Y este aspecto tan importante del que hablamos es la relación que se establece entre el cliente y el terapeuta. Si ésta es fluida, sincera y cálida, (en definitiva, buena), la probabilidad de que todo vaya bien es mucho más alta. Lidia no se imaginaba que su experiencia con la psicóloga iba a ser tan enriquecedora. Al principio tenía reparos en acudir porque le parecía difícil que alguien que la conociera de nuevas le pudiera comprender o ayudar a superar su problema. Y no sólo ocurrió eso, sino que aprendió recursos de afrontamiento que le servirían ya para el resto de su vida. La “alianza terapéutica”, como también se llama a esta relación, ha sido objeto de estudio por la relevancia que tiene. Para los curiosos: se basa en lo que en el campo se llama “empirismo colaborativo”. Empirismo, porque ambos (cliente y terapeuta) trabajan como dos científicos cuya tarea es poner a prueba las ideas irracionales del cliente. Y colaborativo, porque los dos cooperan conjuntamente para lograr el objetivo. Eso fue lo que ayudó a Lidia a superarse a sí misma. Era como multiplicar por dos las fuerzas para ordenar sus ideas y comprobar cuáles eran aceptables y cuáles desechables. Ella se dejaba guiar por su terapeuta, se entrenaba en las técnicas y llegaba un momento en el que...
¿Disciplina o pereza? ¿Quién gana?

¿Disciplina o pereza? ¿Quién gana?

Seguramente estaremos todos de acuerdo en que el exceso de disciplina puede provocar malestar, porque supone una presión y nos deja sin margen para la espontaneidad. Pero la espontaneidad para algunas personas puede convertirse en pereza, y ésta también puede generar malestar si nos dejamos vencer por ella. Es complicado a veces llevar adelante nuestras metas diarias sin caer en la excesiva autoexigencia ni dejarse invadir por la dejadez. Hasta las personas con una forma de ser flexible tienen en algunos momentos dificultades para decidir qué opción procede, qué es lo mejor en esa situación determinada. La mayoría queremos, de alguna manera, sentir que tenemos cierto control sobre nuestro comportamiento pero que por otro lado no somos demasiado duros con nosotros mismos. Si somos de los disciplinados, exigentes o muy responsables, hemos de tener en cuenta que no puede estar siempre todo bajo control ni salir perfecto. A parte de nuestros planes y deseos, que podemos estar muy seguros de que los podemos llevar a cabo muy bien, siempre hay un entorno, unas circunstancias concretas con imprevistos, nuevas necesidades o diferentes distracciones que no podemos evitar. Una llamada de teléfono, un dolor de barriga o un cambio de planes de alguien que nos afecte directamente pueden ser interferencias en nuestros planes y tendremos que adaptarnos si queremos seguir siendo eficaces y felices. Si nos dejamos llevar demasiado por la pereza y hacemos sólo lo que nos apetece, es probable que nuestro organismo, nuestro cuerpo y nuestra mente, nos pida cada vez más comodidad, más facilidades y menos esfuerzo. Nos iremos acostumbrando a que eso es lo normal, de forma...