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Resistencia al estrés (Parte I)

Resistencia al estrés (Parte I)

No todas las personas tenemos la misma resistencia frente al estrés, ni la misma capacidad de funcionar bajo presión. No pasa nada porque así sea. Todos tenemos otras cualidades como contrapartida. Seguro que conocéis a alguien que “se ahoga en un vaso de agua”, que es un “Mariangustias” o un manojo de nervios y ve problemas donde no los hay. Y seguro también que conocéis a alguien que es todo lo contrario, que más bien está en medio del océano y dice “no, todo va bien, no me voy a ahogar”. Algunos pensaréis “¿cómo lo hace?”, “¿qué tiene esa persona que no tenga yo?”. Pues probablemente sí tenga algunos rasgos de personalidad que le facilitan mantenerse intacto ante determinadas circunstancias adversas en las que otros flaquearían. Enrique Echeburúa, eminente catedrático de Psicología de la Universidad del País Vasco y muy conocido por su labor en investigación, recopila una lista de elementos que influyen en una mayor resistencia al estrés con el fin de poder llevar a cabo conductas preventivas. Si aprendemos a desarrollar estos hábitos, o a fijarnos y copiar a los que más los practican, podremos desarrollar la fortaleza que nos falta y así estar mejor equipados para dar lo mejor de nosotros mismos en situaciones difíciles. La capacidad de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas se llama “resiliencia”, y aunque a muchos no les agrada esta palabra, ya está incluida en el Diccionario de la Lengua Española. Es decir, que la resiliencia se refiere a la capacidad de afrontar la adversidad saliendo fortalecido y alcanzando un estado de excelencia. Esta cualidad la podemos desarrollar...
Homenaje a lo efímero.

Homenaje a lo efímero.

En 1658, el médico inglés Sir Thomas Browne escribió lo siguiente: “Apenas recordamos nuestras dichas, y los golpes más agudos de la pena nos dejan tan sólo punzadas efímeras. El sentido no tolera las extremidades, y los pesares nos destruyen o se destruyen. Llorar hasta volverse piedra es fábula: las aflicciones producen callosidades, las desgracias son resbaladizas, o caen como la nieve sobre nosotros; lo cual, sin embargo, no es un infeliz entumecimiento. Ignorar los males venideros, y olvidar los males pasados, es una misericordiosa disposición de la naturaleza, por la cual digerimos la mixtura de nuestros escasos y malvados días; y, al no recaer nuestros liberados sentidos en hirientes remembranzas, nuestras penas no se mantienen en carne viva por el filo de las repeticiones”.   Todo pasa. Éste es el escueto resumen que haría yo de este magnífico párrafo, del que cada frase alude a lo efímero de las emociones. “Apenas recordamos nuestras dichas”, simplemente porque pertenecen al pasado y el ser humano tiene una memoria limitada. Podemos saber que hemos tenido momentos de alegría, pero ¿podemos recordarlos con detalle? Difícilmente. “…y los golpes más agudos de la pena nos dejan tan sólo punzadas efímeras” por el mismo motivo. Sabemos que hemos tenido momentos de mucha tristeza, pero vistos desde la distancia es cuando podemos apreciar algo que en el mal momento no éramos capaces: que son pasajeros, y que una vez trascurrido el tiempo tan sólo queda eso, una punzada de emoción al recordarlos. “El sentido no tolera las extremidades…”, por eso normalmente ni las alegrías ni las penas pueden durar mucho tiempo, sino que son momentos...