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¿De qué tienen miedo los nenes?

¿De qué tienen miedo los nenes?

Los padres sufren cuando sus hijos pequeños se despiertan por la noche. Sufren por los niños, porque les crea impotencia oír “papá, tengo miedo” y no saber cómo aliviarles esa emoción negativa. Y también sufren en primera persona, por ellos mismos, porque despertarse en pleno sueño no le sienta bien a nadie.

Muchos papás intentan convencer a los pequeños de que no hay nada que temer. Abren los armarios y miran debajo de la cama, se deshacen en argumentos para demostrar lo que para un adulto es tan evidente. Pero no pueden tranquilizarles por mucho que hagan, porque el miedo forma parte del desarrollo evolutivo del niño, de su evolución natural.

En algunos casos, es cierto que el miedo es exagerado, crea demasiado malestar y se sale de lo normal para la edad del niño. Si es así, se puede intervenir psicológicamente.

En una ocasión tuve la oportunidad de acudir a una interesante conferencia sobre miedos infantiles. La ofrecía Mireia Orgilés, doctora en psicología que coordina la Unidad de Terapia de Conducta Infantil en la UMH. En ella aprendí cuáles son los miedos principales que suelen aparecer en las primeras etapas de la vida, según la investigación. Esta información puede ayudarnos a comprender mejor a los niños.

En su primer año de vida, los bebés tienen miedo a estar separados de sus padres, a personas u objetos extraños, a ruidos fuertes, a las alturas y a la pérdida de apoyo (físico).

De 1 a 3 años, siguen teniendo miedo a todo lo anterior, a lo que se añaden los fenómenos naturales, como la lluvia y los truenos, y también a los animales pequeños y los insectos.

De los 3 a los 6 años, sus principales miedos son estar separados de sus padres, la oscuridad y algunos animales.

De los 6 a los 11 años: persiste el miedo a la oscuridad hasta los 8, después también a los animales, y aparecen el miedo al daño físico y a la muerte, y a algunas situaciones escolares.

De los 11 a los 18: temen algunas situaciones escolares y algunas relaciones sociales.

Centrándonos en el miedo a la oscuridad, suele aparecer a los 3 años, aumenta de los 4 a los 6 años, se mantiene de los 6 a los 8 años y disminuye a partir de los 9 años.

Los niños, cuando están a oscuras, temen sentir daño físico, la aparición de seres fantásticos, las características sensoriales que tiene la oscuridad y la ansiedad por estar separados de sus padres.

miedo a la oscuridad

Cuando el miedo llega a tal intensidad que se convierte en fobia, provoca reacciones frecuentes de llantos, berrinches, inhibición del niño y apego excesivo.

Como habitualmente sucede con los problemas psicológicos, el origen de esta fobia viene determinado por una suma de la vulnerabilidad psicológica con la que ya contaba la personita y las experiencias aversivas o negativas que van ocurriendo en su vida.

El tratamiento psicológico, como ocurre con todas las fobias, incluye afrontar lo que da miedo, de una forma supervisada, controlada y muy gradual. Técnicamente se llama “exposición gradual en vivo” y “programas combinados”.

Primero hay que hacer un entrenamiento a los padres para que puedan llevarla a cabo.

Se les haría varias entrevistas, que incluirían:

-Recoger información de la situación problemática con los padres.

-Recoger información del niño, conocerle.

-Devolver a los padres información valorada y educarles en los mecanismos psicológicos que operan en el problema. Se les explica, entre otros aspectos, cómo es el miedo, que es evolutivo y que se puede superar.

-Aprender técnicas de respiración para utilizarlas ellos y enseñarlas al niño.

-Entrenamiento en terapia cognitiva para manejar la ansiedad. Se enfoca el tratamiento en reducir los miedos y planificar las recompensas necesarias al observar cualquier avance.

Este tratamiento psicológico de la fobia infantil a la oscuridad funciona, y si no funciona es porque:

-Los padres dicen que ya lo llevan a cabo y que no les sirve, pero cuando revisamos con detalle sus pasos observamos que no lo están haciendo bien. A veces la única forma de combatir la impaciencia natural de unos padres angustiados es la imparcialidad y la firmeza del terapeuta que supervisa.

-El miedo se transmite entre hermanos y se retroalimentan entre ellos.

-Los padres no creen en el tratamiento. Sin la motivación y la constancia necesarias, ningún tratamiento puede salir bien.

 

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