645-651-251 calmapsicologia@gmail.com

¿Disciplina o pereza? ¿Quién gana?

¿Disciplina o pereza? ¿Quién gana?

Seguramente estaremos todos de acuerdo en que el exceso de disciplina puede provocar malestar, porque supone una presión y nos deja sin margen para la espontaneidad. Pero la espontaneidad para algunas personas puede convertirse en pereza, y ésta también puede generar malestar si nos dejamos vencer por ella. Es complicado a veces llevar adelante nuestras metas diarias sin caer en la excesiva autoexigencia ni dejarse invadir por la dejadez.

Hasta las personas con una forma de ser flexible tienen en algunos momentos dificultades para decidir qué opción procede, qué es lo mejor en esa situación determinada. La mayoría queremos, de alguna manera, sentir que tenemos cierto control sobre nuestro comportamiento pero que por otro lado no somos demasiado duros con nosotros mismos.

Si somos de los disciplinados, exigentes o muy responsables, hemos de tener en cuenta que no puede estar siempre todo bajo control ni salir perfecto. A parte de nuestros planes y deseos, que podemos estar muy seguros de que los podemos llevar a cabo muy bien, siempre hay un entorno, unas circunstancias concretas con imprevistos, nuevas necesidades o diferentes distracciones que no podemos evitar. Una llamada de teléfono, un dolor de barriga o un cambio de planes de alguien que nos afecte directamente pueden ser interferencias en nuestros planes y tendremos que adaptarnos si queremos seguir siendo eficaces y felices.

Si nos dejamos llevar demasiado por la pereza y hacemos sólo lo que nos apetece, es probable que nuestro organismo, nuestro cuerpo y nuestra mente, nos pida cada vez más comodidad, más facilidades y menos esfuerzo. Nos iremos acostumbrando a que eso es lo normal, de forma que nuestro rendimiento cuando se nos exija desde fuera ponernos las pilas será bajo por regla general. Y la vida siempre exige.

Hay épocas en que posiblemente nos inclinamos más hacia uno de los extremos y nos tenemos que esforzar por mantener ese deseado equilibrio. Cuando llega la primavera, por ejemplo, algunas personas son presas de la astenia, con una debilidad y flojera que hace que la lucha contra la pereza se haga más difícil. Y en verano, con las altas temperaturas constantes, viene directamente el aplatanamiento.

Un ejemplo de este conflicto tan humano es cuando nos ponemos a hacer alguna tarea intelectual después de una siesta que nos ha dejado espesos y tardamos un rato en centrarnos, en sentir que la cosa fluye y avanzamos. Entonces miramos el reloj y vemos que ha llegado el momento que nos habíamos marcado para hacer un descanso. ¿Qué hacemos? ¿Descansamos para cumplir con los horarios que nos hemos puesto? ¿Descansamos porque realmente no nos apetece seguir y la excusa de cumplir el horario es perfecta? ¿Insistimos para ver si rendimos por fin, porque es importante avanzar?

Otro ejemplo real: nos hemos puesto un planning de actividades para cumplir diariamente, pero se acaba la jornada y no nos da tiempo a completarlo. ¿Nos disponemos a concluir los asuntos pendientes para cumplir con el plazo diario aunque invirtamos más tiempo, aunque acabemos tarde por la noche? ¿O pensamos “mañana será otro día” y lo posponemos con la tranquilidad de que si no se hace en un momento dado, se hará en otro?

Es habitual que estas dudas surjan también a la hora de hacer deporte, cuando lo hacemos por obligación autoimpuesta para cuidar nuestra salud y no por mero placer. Estamos en el sofá cómodamente y nos decimos: “No quiero cansarme ahora, con lo bien que estoy aquí” y la otra vocecita nos dice: “Venga, tienes que ir. No te apetece, pero te conviene”. En efecto, nos puede costar mucho ponernos en acción, pero si no lo hacemos y nos lo habíamos propuesto, nos sentiremos mal después, a parte de estar en baja forma.

Pereza

 

Estas situaciones, que algunas personas ni siquiera se plantean y no tienen ningún problema al respecto, a otras les pueden traer auténticos conflictos personales. Porque quieren vivir con tranquilidad y a la vez sin sentimiento de culpa. Quieren ser responsables, pero no obsesivos. Quieren cumplir con sus metas, pero no ser esclavos de ellas.

Como veis, cuesta encontrar el equilibrio entre dejarse llevar por lo que nos apetece en el momento y tener el mando de lo que hacemos. Y es que, como en otros muchos temas, los extremos no son buenos. Tanto si vivimos continuamente al libre albedrío, como si pretendemos movernos dentro de unos límites muy rígidos, es muy probable que las cosas no salgan bien.

En cuanto al cumplimiento de nuestras pequeñas metas diarias se refiere, merece la pena procurar que haya un poco de cada, una mezcla, o cierta flexibilidad. Que ya nos hemos esforzado bastante, pues toca relajarse un poco. Que la lista de cosas pendientes empieza a llenarse, pues toca arremangarse y ponerse manos a la obra.

Por tanto, lo ideal es que aprendamos a diferenciar cuándo cumplir con nuestras obligaciones es importante y cuándo podemos permitirnos descansar y desconectar. Esto puede ser crucial para lograr el mejor rendimiento posible, sobre todo cuando nuestra tendencia natural se nos vaya de las manos.

Si te ha gustado, compártelo...