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Trastorno de ansiedad generalizada.

Trastorno de ansiedad generalizada.

Altea sentía que se ponía nerviosa con demasiada facilidad, que no podía desconectar.
Es como si hubiera perdido el control de su mente porque no podía dejar de pensar cosas que le preocupaban mucho e imaginaba que iban a ocurrir. Esto le provocaba una gran tensión física y mental y no sabía cómo deshacerse de estos síntomas.

Le preocupaba que le despidieran del trabajo, y lo que más temor le causaba era arruinarse. Aunque esto pueda sonar exagerado, la realidad para ella era que los pensamientos catastróficos eran difíciles de controlar (se le metían en la cabeza aunque no quisiera). Se le ocurrían todo el rato cuestiones como: “¿y si hacen un ERE y me toca irme a la calle?”, “¿y si me quedo sin dinero y no puedo pagar la hipoteca?”. Pensar que podía perder su puesto de trabajo y después todos sus ahorros le provocaba sensaciones de tremenda inseguridad y miedo. Se le ocurrían toda clase de desenlaces negativos de la situación que temía. En el punto final, se imagina a sí misma viviendo debajo de un puente, durmiendo entre cartones.

Como consecuencia de su problema padecía algunos síntomas muy incómodos. El que más le molestaba era el temblor. Ciertas acciones como enhebrar una aguja o maquillarse suponían serias dificultades y frustración al ver su pulso inestable como un flan. También sentía dolores de espalda y de cabeza (“cefaleas tensionales”). Mucha gente siente estos dolores en periodos de estrés. Esto es provocado por la tensión muscular mantenida. Con la respuesta adaptativa (de lucha o huida) que se pone en marcha con la ansiedad, se tensan algunos músculos del cuerpo como la espalda, el cuello y la cabeza, y otros, como los brazos y las piernas, se aflojan y se sienten temblorosos.

Otros síntomas que tenía Altea estaban relacionados con su sistema digestivo, como disminución del apetito, sequedad de boca, sensación de angustia y náuseas, que, aunque desagradables, también son normales debido al proceso fisiológico que tiene lugar cuando hay un alto nivel de ansiedad en el cuerpo. Lo que ocurre, en resumen, es que mientras algunas funciones del organismo se disparan (como la tensión muscular), otras se paralizan (como la digestión). Por eso cuando fue al médico, éste le dijo que no había una causa orgánica que explicara estos desajustes.

Altea procuraba asegurarse de que lo que le preocupaba no iba a ocurrir y evitaba todo lo que consideraba riesgos innecesarios o incertidumbre. Se esforzaba mucho más en el trabajo para que, en caso de que despidieran a alguien, no fuera a ella: no se tomaba los descansos permitidos; no rechazaba ninguna tarea que le encargasen, aunque no fuera de su competencia; controlaba en exceso en qué se gastaba su dinero, eliminando muchos gastos de ocio que consideraba prescindibles. Administraba cuidadosamente la economía familiar y comprobaba sus cuentas a diario. Ojeaba las ofertas de empleo de su sector, por si acaso. En definitiva, tomaba todas las medidas que podía para que no se produjeran las catástrofes que imaginaba.

Tired Sad Woman in office

Los problemas de ansiedad pueden llegar a ser muy incómodos, y querer evitarlos es comprensible porque si no se saben dominar, pues mejor no tenerlos. Lo malo es que sus “medidas de seguridad” en realidad estaban manteniendo o perpetuando su problema, porque estaba evitando afrontar de forma realista sus temores. Había dejado de hacer cosas del día a día que no tenían ninguna consecuencia negativa (como descansar para almorzar) y sin embargo hacía cosas que le quitaban tiempo y energía y no eran necesarias (como aceptar tareas de otros).

También intentaba pensar en opciones que calmaran sus preocupaciones, de manera que ante la idea de que algo malo iba a ocurrir, buscaba otra idea a modo de solución que la compensara. Pero no se quedaba tranquila, sino que bajaba temporalmente su ansiedad hasta que llegaba otra idea que la disparaba. La ansiedad no disminuía de manera estable. Así que se pasaba el día acumulando malestar. Aumentaba o disminuía pero no se deshacía de él. Intercalaba preocupaciones y posibles soluciones y esto le dificultaba incluso conciliar el sueño. Al no descansar bien, por el día se sentía irritable y alterada. Intentaba distraerse saliendo con su bicicleta o escuchando música, pero esto apenas le servía un ratito y sus pensamientos perturbadores volvían.

Su problema se había intensificado tanto que la preocupación no era ya sólo sobre el trabajo o cuestiones externas a ella, sino sobre las consecuencias negativas que podía acarrear para su salud física y mental el hecho de tener una preocupación tan grande. Es decir, le preocupaba el hecho de preocuparse tanto. Pero no podía dejar de hacerlo porque era su forma de prepararse para lo peor, de anticiparse a los hechos.

Altea fue al psicólogo por el estrés que sentía y después de una evaluación de su problema, éste le explicó con detalle que sufría un trastorno de ansiedad generalizada, ya que sus preocupaciones se habían vuelto incontrolables.

¿Por qué sabemos que Altea tenía ansiedad patológica y no estrés? Porque sus miedos y preocupaciones no correspondían a un peligro o un apremio real y sin embargo ella no podía dejar de creer que iba a pasar algo malo. A ella no le iban a despedir, no había ninguna evidencia que lo indicara. No tenía dificultades económicas en ese momento y no tenía ninguna presión psicológica más que la que se estaba creando ella misma. Hablaríamos de estrés si estuviera teniendo una alta carga de trabajo o una demanda del exterior que le desbordara. Es decir, si tuviera muchas cosas que hacer y eso le hiciera ir con la lengua fuera sin llegar a poder cumplir con las expectativas. Y no era ése su caso.

Altea acudió al psicólogo porque sentía mucha infelicidad al ver que su problema estaba boicoteando toda su vida. Con la terapia psicológica que recibió consiguió entender bien lo que le pasaba y aprendió a cortar el círculo vicioso que formaban sus preocupaciones, junto con su tensión y sus conductas innecesarias.

El tratamiento incluyó un cuidadoso trabajo con las preocupaciones, a nivel cognitivo y conductual, hasta que su intensidad disminuyó definitivamente, y entonces fue cuando sus síntomas físicos también mejoraron. Al quitarles la fuerza y el impacto a esas preocupaciones descontroladas, pasaron de ocupar una parte central de su vida a una parte razonable y realista. Así pudo dejar de estar continuamente “tomando medidas” para evitar situaciones arriesgadas y acallando malos augurios que aparecían en su mente. Se liberó.

Entendió que todas esas estrategias que estaba utilizando para aliviar su ansiedad estaban siendo contraproducentes. Le daban una sensación aparente de control, pero en realidad agravaban el problema, porque no le permitían afrontarlo con lucidez y comprobar de una vez por todas que en realidad la amenaza estaba en su imaginación.

También comprendió que todos estamos expuestos a que nos ocurra algo malo, cosa que por azar alguna vez nos ocurre. Pero la probabilidad de que ocurriera lo que ella temía no era tan alta como creía. De hecho, estaba confundiendo lo posible (pero muy poco probable), con lo seguro.

Comprobó que preocuparse tanto le traía más desventajas que otra cosa, o sea que no le resultaba útil. Y que ella sí podía ejercer control sobre sus pensamientos. Se entrenó en relajación muscular progresiva, lo que le proporcionó la capacidad de detectar rápidamente cuando se estaba inquietando de más. Aprendió a disfrutar otra vez de su vida presente y a valorar todo lo que iba bien en ella. En definitiva, su calidad de vida mejoró considerablemente.

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