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Ponte metas.

Ponte metas.

Mantener la motivación es algo que puede parecer complicado cuando sentimos que nos acucian los problemas difíciles de resolver, y sin embargo es uno de los mejores trucos para mantenernos felices. Cuando cultivamos nuestras motivaciones, encontramos nuevas o rescatamos las antiguas, podemos estar librándonos de caer en una depresión aunque sintamos que las circunstancias nos han superado. Porque la motivación trae consigo la ilusión, la actividad, el buen humor, la frescura y muchísimas cualidades que nos ayudarán a salir del bajón o a sortear la ola sin dejarnos arrastrar por ella.

Si perdemos la motivación nos será muy difícil salir del estado de apatía, donde todo parece dar igual, y de desesperanza, donde no vemos posible un cambio en nuestro futuro. Entonces quedaríamos anclados en un estado insulso y monótono, como muertos en vida, porque sería una vida que no nos aporta nada positivo.

La motivación vendría a ser como la gasolina, porque nos da fuerzas para movernos y hacer las cosas que nos propongamos: estudiar, trabajar, aprender cualquier nueva disciplina, abordar un proyecto personal o profesional… Y si en el camino nos desmotivamos, recordamos la ilusión que nos hace llegar a la meta y eso puede ser suficiente para tomar impulso de nuevo y seguir luchando. Porque tenemos una meta.

Trabajar por una meta puede ser lo mismo que perseguir un sueño, aunque esta última forma de decirlo está mucho más de moda. ¿Y por qué vende tanto esta idea en el mundo de la autoayuda y del coaching? Porque puede ser el motivo por el que sigamos funcionando, puede ser de ahí de donde saquemos la energía.

metas

 

Las metas pueden ser grandes: hacer un viaje (“iré de vacaciones a Noruega”), alcanzar un estatus concreto (“quiero llegar a ser coordinadora de proyectos en mi ámbito”), obtener determinado reconocimiento de los demás (“que me feliciten por mi rápida promoción laboral”), llevar a cabo grandes planes (“cambiaré de trabajo y de ciudad”) o proyectos personales (“voy a casarme”), o adquirir un bien material de alto coste (“quiero tener un barco”).

La satisfacción de cumplirlas suele ser proporcional al coste que tiene luchar por ellas, es decir, se puede tener la sensación de haber escalado el Everest y haber llegado a la cumbre. Aunque tampoco siempre.

Pero es muy recomendable, para poder encontrar la motivación más a menudo, buscar pequeñas metas. Las metas diarias, que podemos alcanzar en nuestras rutinas y en nuestras actividades más cercanas, son las que al fin y al cabo nos acercarán a las grandes. Esos pasitos pequeños pero sólidos que podemos dar con facilidad y que todos juntos nos llevarán a la gratificación de cumplir nuestros grandes propósitos.

Lo bueno de las pequeñas metas es que pueden adoptar cualquier forma, pues se la damos nosotros dependiendo de dónde y cómo nos encontremos.

Para una persona con el ánimo muy bajo la meta puede ser algo tan sencillo como disfrutar de lo que tiene: salud, comida, una casa en la que vivir; otra con el estado de ánimo normal podría proponerse ahorrar para tener un móvil de última generación de determinada marca, porque eso es lo que le hace ilusión.

Para alguien con dificultades de gestión del tiempo podría consistir en cumplir con sus obligaciones y permitirse un espacio para el ocio o el placer: charlar, reír, o ver una película; para alguien que quiere perder peso, bajar un número determinado de gramos a la semana.

Siempre se trata de aumentar o disminuir la frecuencia de las actividades que nos hagan avanzar hacia nuestros objetivos, sean los que sean. Si hacemos camino, paso a paso seguro que llegamos a la meta.

Creo que ponerse metas pequeñas puede ser muy importante para darle una dirección a la vida, porque es el antídoto a la falta de ilusión. Al fin y al cabo, si somos realistas, la vida no está repleta de momentos de éxito ni de grandes planes, sino de momentos y hábitos. Si aprendemos a ponernos metas realistas, a estar en contacto con lo sencillo, con lo mundano, y lo disfrutamos con la dosis justa (pero merecida) de ilusión y motivación, eso sí que vamos a tener oportunidad de hacerlo todos los días, de forma que nuestra felicidad puede mantenerse mejor.

A veces esto es lo que más cuesta de entrenar pero cuando se consigue, es lo más útil para darle valor a nuestra vida. Decía Víctor Frankl que la única manera de disfrutar nuestra existencia es dándole sentido a lo que hacemos diariamente. “Para poder enfrentarnos a la angustia, al dolor, inclusive al tedio, es muy importante darle sentido a lo que hacemos, ya que de lo contrario terminaríamos con un sentimiento de absurdo, de incomprensión y de sinsentido.”

Los niños lo tienen fácil, solemos pensar, porque no tienen más obligación que disfrutar la vida. Se sorprenden e ilusionan con cualquier cosa que les permita descubrir el mundo. Se alegran con frecuencia. Pero no creamos que los adultos tenemos que perder la capacidad de ilusionarnos si nos ocupamos de ello. Las preocupaciones de los adultos no tienen por qué reemplazar a la ilusión de vivir o la motivación por superarnos. Tenemos toda la vida para crearnos nuevas metas y echar gasolina a nuestro motor.

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