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¿Para qué tanta prisa?

¿Para qué tanta prisa?

“Para alcanzar una fecunda vida, es menester vivirla despacio”. Cicerón.

“-¡Hey, Mar, tía, cuánto tiempo!… ¿Cómo estás?
-Muy bien, muy bien, la verdad es que no paro… voy de cabeza, llevo mil líos y no tengo tiempo ni para contestar a los mensajes del móvil… Pero lo prefiero así, ¿sabes?
-Cuánto me alegro por ti. Ya le contaré a Pedro que vas a tope y te va muy bien. Te llamo prontito y quedamos, ¿vale?
-Vale, a ver si me organizo y puedo hacer un hueco.”

Esta es una conversación real oída a dos personas hace poco. Es muy probable que os suene familiar en los tiempos que corren. ¿Os habéis fijado que el dato de ir muy liada y acelerada es sinónimo de lo bien que le va a alguien?
En el mismo sentido, también oí cómo una madre llamaba a las amigas de su hija “desocupadas” con connotación peyorativa. Decía “no vayas con ésas, que son unas desocupadas”.

Desde mi punto de vista, la primera conversación tiene dos interpretaciones:
1) Si la persona que va liada está tremendamente ocupada en asuntos que le satisfacen, sarna con gusto no pica: estará contenta de tener su agenda llena.
2) Pero si los mil líos que lleva entre manos le quitan tiempo y energía que siente que podría emplear mucho mejor de otra manera, entonces es probable que vaya agobiada y que sufra desbordamiento y estrés.

Creo que de alguna manera hemos permitido que se imponga la costumbre de considerar algo muy bueno el hecho de ir de cabeza, volando a todos lados. Es como una buena señal, que da estatus y habla bien de la persona en cuestión. Así como el hecho de que a alguien le sobre tiempo durante el día, o se detenga por el camino a “oler unas flores”, es señal de algo malo o como mínimo sospechoso.

El problema, y no pequeño, es cuando esta avalancha de eventos, tareas o compromisos no es algo agradable, ni siquiera llevadero y se convierte en una fuente de estrés e insatisfacción. El problema viene si Mar se empieza a levantar por las mañanas con ganas de llorar, pensando “no quiero” y con ganas de que llegue la noche de nuevo para poder descansar otra vez. Si su energía va en disminución y siente que hace las cosas para “cubrir el expediente” y no porque así lo elija. Si se siente esclava de su agenda y anhela un poco de libertad. O si tiene la impresión de estar corriendo cuesta abajo embalada y no poder frenar.

En nuestras vidas aceleradas damos por sentado muchas cosas: que nuestra familia y pareja saben que les queremos, que tenemos amistades y siempre van a estar ahí, que nuestra salud es fuerte y no nos vamos a llevar ningún susto… pero eso no es vivir conscientemente, en contacto con las cosas importantes. Y muchas veces se nos pasa por alto valorar lo que tenemos, aprovechar las oportunidades, disfrutar de cada momento.

En ocasiones, la experiencia del sufrimiento, la enfermedad o el malestar lleva a las personas a replantearse por completo su vida; a cuestionarse sus creencias y sus valores, y a cambiar así su día a día y su manera de ver y de relacionarse con el mundo.
¿Pero por qué tenemos que esperar a que nuestras circunstancias se vuelvan insoportables? Parece que sólo entonces nos atrevemos a reflexionar y a promover algún cambio en nuestra forma de afrontar la existencia.

Prisa

TED (Tecnología, Entretenimiento, Diseño) es una organización dedicada a las “Ideas dignas de difundir”. La conferencia es propiedad de una fundación estadounidense sin ánimo de lucro dedicada a “potenciar el poder de las ideas para cambiar el mundo”. Creo que estas conferencias son fantásticas, por eso quería compartir aquí las ideas que transmite Carl Honoré en una de ellas.

Este periodista nos habla de la “moda” de vivir con prisa y cómo la toma de conciencia de los efectos que tiene esta forma de vida ha fomentado poner un poco el freno. Éstas son las ideas que más me han gustado:

Somos un mundo atascado en avanzar rápidamente. Estamos obsesionados con hacerlo todo más rápido. A menudo no vemos el daño que nos hace vivir a la carrera, a contrarreloj. Cómo afecta a nuestra salud, a nuestra dieta o a nuestras relaciones. Vivimos nuestra vida con prisa en vez de vivirla plenamente, como si se nos escurriera el tiempo de las manos. Hasta que algunas veces nos provocamos el colapso y la enfermedad. O perdemos una relación, porque no hemos tenido el tiempo, la paciencia o la tranquilidad necesaria para atenderla. Pensamos que el tiempo es oro, y tratamos de hacer cada vez más cosas en menos espacio.

¿Hay alternativa a esta idea de que más rápido y más ocupado es siempre mejor? Claro que la hay. Desacelerando en los momentos correctos se vive mejor. Se come mejor, se conecta mejor con los demás, se descansa mejor. Está comprobado que aprender a relajarse correctamente disminuye muchos tipos de malestar en diferentes tipos de persona.

En muchos lugares de América y Europa las horas de trabajo han ido disminuyendo y las personas descubren cómo su calidad de vida mejora, mientras su productividad aumenta. Los países nórdicos demuestran que es posible tener una economía brillante sin ser fanáticos del trabajo. Poco a poco muchas empresas van comprobando que su competitividad aumenta cuando permiten a sus empleados desconectar, renovar esfuerzos y que sus cerebros puedan entrar en estado de creatividad.

El nuevo mensaje es que menos es, a menudo, más, y que más lento es muy a menudo mejor. Ir rápido es a veces una manera de aislarnos y de evitar hacernos preguntas profundas o cuestionamientos incómodos. Nos da adrenalina, nos distraemos, nos ocupamos y así no tenemos que preguntarnos ¿estoy bien? ¿soy feliz? ¿están los políticos tomando buenas decisiones para mí?

Parece que lento es en sí misma una palabra mala en nuestra cultura. Sinónimo de holgazán, vago, estúpido. Hay lentitud mala, pero también hay buena. Tomarse tiempo para mirar un problema desde diferentes ángulos, o saborear y disfrutar algunas cosas. De esto se están dando cuenta muchas personas, pero también empresas y países. Siendo adictos a la velocidad corremos el peligro de sobrecargarnos injustificadamente. Podemos ser más felices, más sanos y más productivos. Podemos vivir nuestra vida en vez de correr detrás de ella.

Os dejo con una pequeña fábula inspiradora:
“El industrial y el pescador”
Un rico industrial del norte se molestó al encontrar a un pescador del sur tranquilamente recostado en su barca y fumando en pipa.
-¿Por qué no has salido a pescar? –preguntó el industrial.
-Porque ya he pescado bastante por hoy –respondió el pescador.
-¿Y por qué no pescas más? –insistió el industrial.
-¿Y qué iba a hacer con los peces? –preguntó a su vez el pescador.
-Ganarás más dinero –fue la respuesta-. De ese modo podrías poner un motor a tu barca. Entonces podrías ir a aguas más profundas y pescar más peces. Entonces ganarías lo suficiente para comprarte unas redes de nylon. Pronto ganarías para tener dos barcas… y hasta una verdadera flota. Entonces serías rico como yo.
-¿Y qué podría hacer entonces? –preguntó de nuevo el pescador.
-Podrías sentarte y disfrutar de la vida –respondió el industrial.
-¿Y qué estoy haciendo en este preciso momento? –respondió satisfecho el pescador.
(Anthony de Melho).

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