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Hipocondria.

Hipocondria.

Daniel ha tomado mucho el sol este verano, se encontró un lunar nuevo y estaba convencido de que era un cáncer de piel. Creía además que la evolución sería larga y dolorosa. Se imaginaba cómo sería recibir el diagnóstico, padecer un tratamiento que no funcionaría, sufrir el deterioro, para finalizar con la muerte y cómo todo esto afectaría a sus seres queridos. Los temores de Daniel iban cambiando de matices, pero siempre en torno a la enfermedad.

Estamos hablando de la hipocondria. Aunque aún en algunos manuales figura como “Trastorno somatoforme”, es un Trastorno de ansiedad. Las personas que lo padecen tienen miedo a la evolución de una grave enfermedad, pues la imaginan de progreso lento y angustioso. Están alertas ante cualquier signo sospechoso de su organismo, y cuando lo detectan su ansiedad se dispara, y con ella sus pensamientos catastróficos. Una alta proporción de hipocondríacos tiene, además, ataques de pánico.

¿Qué hacía Daniel para reducir su malestar? Pues consultar al médico, buscar información en Internet, o preguntar a sus seres queridos. A parte, revisaba su propio cuerpo tantas veces como se le ocurría para descartar cualquier señal de peligro. Se miraba con atención y con lupa en modo detectivesco, se tocaba, incluso se pesaba para valorar su estado de salud más general… Y todo esto, que en principio lo hacía para descartar síntomas de la enfermedad, se convertía en un rastreo de tales síntomas. En realidad es como si estuviera empeñado en encontrarlos.

Cuando preguntaba al médico y éste le decía que no tenía nada se tranquilizaba, pero le duraba poco el consuelo. No se quedaba conforme y buscaba una segunda opinión. Cuando buscaba en Internet o hablaba con sus seres queridos, cualquier cosa le parecía indicio de que sus síntomas coincidían con su sospecha (pensaba “¿ves? ¡es eso!, ¡eso me pasa a mí! ¡y eso también!”). Tendía a creerse más los argumentos a favor de que tenía la enfermedad, que los que iban en contra de su pronóstico (aunque él no se daba cuenta).

Cuando se miraba su cuerpo al ducharse, se tocaba tanto la sien, donde estaba el lunar, que acababa provocando que tuviera mala pinta. Como cuando nos tocamos mucho un granito o una costra y se nos pone más rojo y tarda más en curarse. Siempre creía encontrar algún lunar nuevo que le parecía similar al primero detectado o alguna otra manifestación de su enfermedad.

hipocondria

Lo que él no sabía es que tanta comprobación era un arma de doble filo que podía convertirse en la causa del problema. Al final su verdadero problema era el conjunto de acciones que llevaba a cabo en bucle: comprobaba, se aterrorizaba, pensaba: “tengo cáncer”, le daba vueltas y vueltas en la cabeza, se miraba con lupa, preguntaba a unos y a otros para asegurarse y reasegurarse… y seguía con estas acciones, cambiando sólo el orden, en todas las combinaciones posibles.

Ya en terapia, el psicólogo le aseguró que no dudaba de que él percibiera los síntomas que decía. Daniel estaba harto de que los médicos, con mejor o peor fortuna, a veces le dijeran cosas como “eso está todo en tu cabeza, hombre”. Le propuso entonces hacer una cosa: iban a poner a prueba otra posible hipótesis, a parte de la de la enfermedad, que explicara sus síntomas. Iban a investigar si se trataba de ansiedad y ver finalmente cuál de las dos hipótesis era más plausible.

Daniel todavía era reacio a colaborar porque pensaba que dudaban de él, pero como notó comprensión por parte del terapeuta y le pareció razonable lo que le proponía, accedió. El terapeuta le propuso que aceptara un compromiso de 12 sesiones para trabajar con él, y si después de ese tiempo quería abandonar podía hacerlo, pero no antes. Y aceptó.

¿Y qué pasó después? Después de la terapia psicológica, Daniel ya no necesitaba hacer sus antiguos rituales exploratorios ni preguntar una y otra vez a sus sufridos médicos y familiares, porque se había entrenado para dejar de hacerlo. Aprendió a ver claro que si empezaba a hacerlo otra vez, se metería en un bucle que iría a más, causándole mucho malestar.

Aprendió que debía ser objetivo con el asunto de la enfermedad, sin ser un despreocupado. Y que en el caso de que contrayese una, no tenía por qué causarle tanta ansiedad, podía aceptarlo con más normalidad.

Todos vivimos sin garantías totales de salud, y aceptamos esa incertidumbre. En la vida siempre hay incertidumbre y la salud es una faceta de la vida.

 

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