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Es importante que nos premiemos.

Es importante que nos premiemos.

Alfredo ha estado más de un año preparando una oposición y ha aprobado. Cuando se ha enterado, se ha ido con su pareja a la agencia de viajes a buscar uno muy especial. Han elegido un par de semanas en Canadá. Será una buena forma de celebrarlo.

Teresa ha encontrado trabajo después de dos años y ha decidido permitirse algunos caprichos y hacer muchas de las cosas que no hacía por no gastar dinero: comprarse ropa y algún collar, ir a la esteticién, cambiar la decoración de su casa, salir a cenar y al cine de vez en cuando…

Luis ha tenido una buena semana. Se ha esforzado y ha cumplido sus objetivos. Llega el viernes y ha decidido desconectar y darse caprichos. Saldrá de cervezas con amigos, verá una peli para la que no encontraba el momento, se relajará escuchando música y se comprará algo en la fnac.

¿Qué tienen en común Alfredo, Teresa y Luis? Que se han premiado por sus esfuerzos.

Cuando tenemos una meta por alcanzar, o simplemente la vida por vivir, con sus momentos difíciles y sus tragos amargos, nuestra intención es buena: disfrutar del camino, aprender durante el proceso y recoger los resultados que van llegando, por pequeños que sean.

Pero a veces nos desmotivamos. Después de todo nuestro esfuerzo los resultados no llegan, o nos parece que tenemos más fuentes de estrés que de ilusión, o el camino se hace aburrido y largo. Cuando ocurre esto puede que nos estemos olvidando de algo importante: premiarnos.

Celebrar los pequeños avances es importante, nos ayuda a sentirnos reconfortados y eso lo necesitamos para recargar fuerzas y renovar la perspectiva del proceso en el que estemos inmersos.

Si la meta por la que luchamos es lejana, podemos tener la sensación de estar “peleando” para nada, lo cual es muy frustrante. Si nos premiamos en alguna ocasión, no todo será esfuerzo por nuestra parte, sino que también ganaremos algo: esa gratificación. Será como darnos un empujoncito que nos anime a seguir funcionando. Cuando nos “colgamos una medalla” o nos damos un “homenaje”, estamos abonando el terreno para que aparezca el buen humor, para que se carguen las pilas y vuelva la energía a nuestra vida.

Como para alcanzar objetivos hay que dar pequeños pasos, éstos serán más significativos acompañándolos de pequeñas recompensas. Es decir, recompensas proporcionales al tamaño del esfuerzo. No se trata de tirar cohetes por hacer algo rutinario, pero si hemos avanzado en una tarea costosa nos merecemos una tregua para compensar la balanza: hagamos algo agradable para nosotros.

La ausencia de premios puede tener como consecuencia caer en depresión, y premiarse demasiado puede acarrear problemas de disciplina. Hay que encontrar el punto. De manera que podemos conseguir que premiarnos y seguir adelante se convierta en un hábito. Construir un hábito lleva su tiempo, pero una vez consolidado, es una buena forma de no depender de la motivación cambiante.

Podemos sentirnos satisfechos por los avances que conseguimos cada día, porque aunque sean pequeños, sin ellos no podríamos seguir. La vida no se basa en golpes de suerte, sino en lo que nos trabajamos poco a poco. Y si nos hemos esforzado, nos debemos un reconocimiento, que no es más que cuidarnos como nos merecemos. Pero esto no siempre es fácil de recordar y a menudo necesitamos refrescarlo y volver a entrenarnos en la práctica de la recompensa y el cuidado personal.

¡Soy el mejor!

Es habitual que los psicólogos invirtamos parte de nuestro esfuerzo en entrenar a las personas que han olvidado gratificarse, porque una vida sin sus dosis de disfrute está claramente descompensada. El estancamiento o el malestar de nuestros clientes puede tener mucho que ver con no saber (o haber olvidado) ocuparse de sus fuentes de placer.

Si todos necesitamos recompensarnos de vez en cuando, las personas que están deprimidas todavía más. Cada cosa tiene su momento idóneo, y cuando el ánimo está por los suelos es el momento de bajar el listón y dejar más margen a lo que consideramos méritos.

Cuando un resultado nos parece mediocre, debemos plantearnos si realmente es pobre o le estamos quitando brillo nosotros. Unas veces puede que no hayamos estado a la altura, pero otras nos decepcionamos demasiado rápido o cometemos un error y nos centramos en él, sin fijarnos en lo que podría ser el 90% restante. En realidad lo podríamos valorar de otra manera, más generosa con nosotros mismos.

Ser perfeccionistas o hipercríticos jugará en nuestra contra mientras nos impida disfrutar con lo que hacemos y su resultado. Si bajamos un poco nuestro nivel de exigencia, podremos ilusionarnos con más frecuencia, porque no necesitaremos que lo que hacemos cumpla tantos requisitos o altos estándares para ser digno de nuestra aprobación.

La perfección no existe, porque siempre se puede mejorar lo que hagamos. Y no vamos a dejar de disfrutar algunas cosas que nos gustan por el hecho de que no nos salgan perfectas. Recordar esto puede ayudar a liberarnos. ¿Fácil, no? Pues parece que no, ya que nos empeñamos en sabotearnos y lamentarnos.

No es en absoluto mala idea dedicar el tiempo necesario a inventar premios y escribirlos en una hoja. El tipo de premio es una cuestión personal e intransferible.

Si estamos con el ánimo bajo y hemos conseguido dominar la dejadez, eso ya es un mérito. A continuación procuremos disfrutar y que no todo sea esfuerzo. Incluso es recomendable hacer cosas que nos hacían disfrutar antes, y aunque ahora no podamos saborearlo, paciencia, hemos hecho bien.

No debemos enterrar nuestros logros en el olvido. Qué martirio de vida si todo fuera sacrificio. Qué aburrimiento si todo son días iguales. Podemos aprender a premiarnos por cada pequeño éxito, por cada problemita resuelto y por cada meta intermedia conseguida. A parte de los premios materiales (como los de Alfredo, Teresa y Luis), también podemos darnos de forma verbal, como cuando nos decimos: ¡muy bien, lo has hecho muy bien! ¡qué máquina soy! Es como si fuéramos nuestras propias animadoras, y es muy efectivo.

 

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