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Brevísima historia de la locura. (II)

Brevísima historia de la locura. (II)

Positivismo: Finales del s.XIX Se deja fuera definitivamente la interpretación mágica y religiosa. Gall estudió las áreas del cerebro e inventó la frenología, como nuevo método de diagnóstico. La nosología: en el afán por clasificar las enfermedades, se creó un catálogo de trastornos mentales. Emil Kraeplin diseñó una cartografía sistemática de la psicopatología, donde figuraban términos como “psicosis maníacodepresiva”. Surgieron métodos de choque: Cura de Sakel (provocaba desfallecimientos, convulsiones y el coma); Electroshock (recibir descargas eléctricas entre 80 y 100 voltios); Curas de sueño (para revertir perturbaciones psicosomáticas).   Psicoanálisis: Finales del s. XIX-principios del s.XX El psicoanálisis nació como contracara de aquella psiquiatría más ansiosa por clasificar y operar que por escuchar y atender el sufrimiento del sujeto. Algunos médicos (como Charcot) apostaron por la hipnosis como método de cura. Freud la descartó, y prefirió practicar la sugestión y el método de la “asociación libre”. En 1923 publica “El yo y el Ello”, que junto con el Superyo, conforman la estructura de la psique. El Ello representa los instintos, el Yo, la realidad, y el Superyo, la conciencia moral. Así se creó un método de investigación que a la vez era una técnica de tratamiento. Su objetivo era vencer las defensas para tomar conciencia de recuerdos traumáticos y poder liberarse de ellos. Acuñó dos términos fundamentales: la neurosis (relación angustiosa con la realidad) y la psicosis (desconexión de la realidad).   ¿El fin del gran encierro? (s.XX) Entre 1930 y 1940, las doctrinas fascistas interrumpieron los avances logrados por el psicoanálisis y demás ramas de la psiquiatría. Después de la II Guerra Mundial, el trabajo de los psicólogos...
Brevísima historia de la locura. (I)

Brevísima historia de la locura. (I)

Hace algún tiempo, en un viaje, encontré un libro cuyo título me llamó la atención: “La locura”, (así, tal cual). Trataba de la evolución de este concepto a lo largo de la historia. Pocas veces he visto que se aborde la temática desde este punto de vista. Aunque usemos con más o menos frecuencia la palabra “locura”, no ocupa los manuales por la connotación peyorativa que conlleva. Pero lo cierto es que en otras épocas no se usaban los términos “salud mental”, “trastorno emocional” o “problema psicológico”.  Así que, como todo lo que aprendemos nos enriquece, encontré datos curiosos. Aquí tenemos una síntesis del libro: Antigüedad: (a.C.) La concepción de la locura como fenómeno extranatural se mantuvo intacta hasta la época del griego Hipócrates (460-357 a.C.), pionero de la fisiología. Asclepíades (124-96 a.C.), médico, sugirió la importancia del ambiente en el comportamiento patológico y distinguió entre alucinaciones, ilusiones y delirios. Se opuso al encarcelamiento de los enfermos mentales. Galeno (130-200 d.C): diferencia entre causas orgánicas o mentales. Se esforzó por comprender la locura y su tratamiento de una manera racional, antes de que llegara con fuerza la interpretación religiosa. En Alejandría (Egipto) se desarrolló la medicina y los problemas psiquiátricos fueron atendidos con dedicación. En Bagdad, en el año 792 a.C., se fundó el primer hospital psiquiátrico de la historia.   Edad Media y Renacimiento: (Siglo XIII) Satán y la creencia en la posesión diabólica hicieron su aparición. 1233: La Santa Inquisición, como aparato de investigación, represión y exorcismo. En la Edad Media, la locura fue considerada como uno de los 12 vicios que se repartían el alma humana. En el Renacimiento,...
Hipocondria.

Hipocondria.

Daniel ha tomado mucho el sol este verano, se encontró un lunar nuevo y estaba convencido de que era un cáncer de piel. Creía además que la evolución sería larga y dolorosa. Se imaginaba cómo sería recibir el diagnóstico, padecer un tratamiento que no funcionaría, sufrir el deterioro, para finalizar con la muerte y cómo todo esto afectaría a sus seres queridos. Los temores de Daniel iban cambiando de matices, pero siempre en torno a la enfermedad. Estamos hablando de la hipocondria. Aunque aún en algunos manuales figura como “Trastorno somatoforme”, es un Trastorno de ansiedad. Las personas que lo padecen tienen miedo a la evolución de una grave enfermedad, pues la imaginan de progreso lento y angustioso. Están alertas ante cualquier signo sospechoso de su organismo, y cuando lo detectan su ansiedad se dispara, y con ella sus pensamientos catastróficos. Una alta proporción de hipocondríacos tiene, además, ataques de pánico. ¿Qué hacía Daniel para reducir su malestar? Pues consultar al médico, buscar información en Internet, o preguntar a sus seres queridos. A parte, revisaba su propio cuerpo tantas veces como se le ocurría para descartar cualquier señal de peligro. Se miraba con atención y con lupa en modo detectivesco, se tocaba, incluso se pesaba para valorar su estado de salud más general… Y todo esto, que en principio lo hacía para descartar síntomas de la enfermedad, se convertía en un rastreo de tales síntomas. En realidad es como si estuviera empeñado en encontrarlos. Cuando preguntaba al médico y éste le decía que no tenía nada se tranquilizaba, pero le duraba poco el consuelo. No se quedaba conforme y...
¿Te sabes organizar? Di la verdad… (Parte II)

¿Te sabes organizar? Di la verdad… (Parte II)

El aprovechamiento de nuestro tiempo depende de la capacidad de gestionarlo bien. El tiempo es un recurso, y como todo recurso, podemos utilizarlo mejor o peor. Para dominar la gestión del tiempo es necesario establecer un equilibrio entre el corto plazo (tareas cotidianas) y el largo plazo (prever el futuro). 6 acciones que trabajó Patricia para gestionar mejor el tiempo: 1) Planificar: Hacer un plan de actuación antes de empezar, para no caer en la trampa de actuar con improvisación, reaccionando ante lo que ocurre. Enumerar metas diarias, que puede hacerse tanto en una agenda como en una hoja suelta. Lo importante es la finalidad: tener a mano las tareas que tengamos que hacer en una lista limitada, para poder ir tachando elementos de la lista y poder ver nuestro avance. Debe ser flexible y dejar un margen para adaptarse a los imprevistos diarios, pero con intención de cumplirlo para sentir control. 2) Distribuir: Asignar a cada actividad un espacio en el horario: siendo realistas y no creyendo que una actividad se desempeña en el mismo tiempo que utilizamos para pensar en ella (un segundo o menos). Recordar que una tarea puede tener unos pasos y tendremos que pasar por todos ellos para terminarla. Saber el tiempo que dedicamos a cada cosa, para ver si está bien distribuido. Por ejemplo, si tenemos 100 minutos y 10 cosas para hacer, podríamos dedicar 10 minutos a cada cosa. 3) Definir la prioridad y el objetivo de cada actividad, para poder emplear un tiempo proporcional a su importancia: ¿Qué es lo más urgente, y por tanto tenemos más prisa por terminar? Cuidado, porque muchas veces...
¿Te sabes organizar? Di la verdad… (Parte I)

¿Te sabes organizar? Di la verdad… (Parte I)

“Nadie tiene suficiente tiempo. Sin embargo, todos tenemos todo el que hay”. Patricia fue a consulta porque tenía la sensación de estar sobrecargada. En el trabajo siempre iba a galope, apagando fuegos conforme se los encontraba, y sintiendo que nunca estaba al día con nada. Como consecuencia, muchas veces utilizaba su tiempo de ocio para adelantar tareas de trabajo. Sentía que su vida no le pertenecía. Esto le provocaba ansiedad, muchos pensamientos oscuros y bajaba su motivación. “No sé qué hago con el tiempo, que se me va. No lo entiendo, porque trabajo las mismas horas que todo el mundo.”, “No puedo quedar con nadie a charlar, no tengo ni un hueco”, “No puedo seguir así”. Todas estas quejas y algunas más tenía Patricia cuando acudió a consulta. La sensación de falta de tiempo era su principal motivo de estrés y agobio. “No sé delegar, porque no me fío. En el fondo creo que mejor que hago yo ciertas cosas no lo haría nadie, así que lo único que consigo es asumir más trabajo del que me toca.” De ahí venía en parte su sobrecarga y su fatiga. Estar exhausta le llevaba a estar desconcentrada y esto último, a cometer más errores. Y al final se sentía muy mal. “No sé calcular la cantidad de tiempo necesario para hacer las tareas y suelo creer que cabe más trabajo en mi jornada del que realmente cabe, de modo que mi lista de tareas pendientes va en aumento, lo cual me frustra.” Y claro, ofuscada no se siente capaz de tomar algunas decisiones, y entonces acumula más tareas pendientes, entrando en un...